Ya sobre lo bueno, malo y los contextos afectados por está práctica hay varias pronunciaciones, yo hablaré de mi experiencia familiar alrededor de la pesca.
En la familia del papá de mis hijos se pesca desde hace más de 80 años, su abuelo, su papá, sus tíos y primos, él y ahora mis hijos encuentran en la pesca un vínculo más grande de lo que supone una mera práctica deportiva. Yo me incorporé con resistencia a estos encuentros; que implican incomodidad, ingenio, planeación, paciencia, suerte, destreza y la mirada de quién se da cuenta que en el mundo hay más que tráfico y ladrillo alrededor.
Poco a poco me fui incluyendo en las salidas al amanecer para ver el cielo naranja, sentir la brisa, ver el agua casi quieta y montarme en un bote de lata incómodo con la ilusión de ver los animales que se nos cruzan en la práctica de sacar un pez de talla y devolverlo después de alzarlo como los futbolistas alzan su copa al ganar.
La última pesca que tuvimos no sacamos nada, pero vimos un águila pescar, un manatí nadar y unas toninas sacudir la cola. Fue un día largo y emocionante hasta llorar.
La pesca para mi hijo mayor es además de una afición, la mejor excusa para no estar en casa pegado a la tecnología a la que hoy los adolescentes, niños y niñas, están, en mi opinión sobreexpuestos. Para él no hay mejor plan que ir por los ríos de su país, conocerlos, tocarlos, olerlos, saberse parte de un mundo donde no estamos solos (parece obvio, pero en la ciudad se va perdiendo esa información), conocer los animales que hay en el río La Miel Vrs los que hay en el río de Puerto Gaitán o los de la Laguna de Tota. Qué comen, cómo se cuidan y claro, cómo se pescan y se sueltan para no matarlos. Saberlos soltar es un arte en el que él se ha venido profesionalizando. Los que no soltamos, que han sido pocos, nos los hemos comido, y les aseguro que no saben igual a los que venden, comerse un pez que se ha pescado sabe más sabroso, porque pescar así como se hace en la pesca deportiva, es exigente, nos significa ganar la lucha sin subestimar al pez. Quizás este es el único deporte donde se puede decir con precisión a qué sabe ganar.
La pesca es también meditativa y para mí una de las mejores analogías de la vida. Nos exige suerte, habilidad, inteligencia, resiliencia, prestar atención. Hacerlo todo como sí dependiera solo de nosotros y confiar en la suerte que nos acompañe para ganarle la lucha al pez.
Esas enseñanzas han sido valiosas para mi vida en general y para mis hijos han sido maravillosas oportunidades para sobreponerse ante esas pequeñas pérdidas con grandes frustraciones. Especialmente en este nuevo mundo de los niños privilegiados donde las frustraciones son escasas.
Por todo esto, me he soñado seguir exponiendo a mis hijos a los ríos de su país, cuidando un medio ambiente que no aparece solo en TV, alimentando y nutriendo esté vínculo que crece al salir de pesca, juntos, en familia, que tiene dicha y caos, que nos reta y enseña.
He visto cómo esta práctica ha unido a familias por generaciones, como los adolescentes en diciembre prefieren ir a los llanos a pescar con sus papás, que a Cartagena a rumbear. La pesca es más, mucho más que una práctica deportiva. En mi experiencia ha sido la manera más efectiva y divertida de conocer Colombia, el punto de encuentro de una familia que se va haciendo adulta y diversa, el regalo que me recuerda cada tanto lo maravilloso que es mirar un atardecer y todo lo que ahí sucede.
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