Este fin de semana se fueron mi hijo y su papá a pescar. Estaban emocionados porque es una actividad que les gusta a ambos. Recibí llamadas donde la algarabía era fácil de notar.
-Mami, acabo de pescar una trucha enorme, mira la foto, es que está buenísima.
Y después su papá me decía:
- No sabes todas las historias que tenemos para contarte.
Así pasó el fin de semana hasta que por fin llegaron con ganas de contarme como le habían ganado la pelea a unas truchas y como otra, la más grande, se las había ganado a ellos.
- Juli, esas truchas grandes sí existen - Me dijo Camilo, porque la verdad es que nunca las habían pescado, ya pensábamos que eran más leyenda que verdad.
Me contaron como un mínimo error, casi sutil, fue el responsable de perder la pelea con la trucha grande, y como ella se movía y contoneaba frente a ellos para al final ganarles la pelea.
A Camilo le toco jugar de adulto, consolar la rabia y frustración que traen perder la pelea con el pez, acompañar al niño ya adolescente a entender que así es la pesca y así es la vida, a veces se gana y otras se aprende porque cuando somos inteligentes y perdemos entonces la mejor opción es aprender.
Después llegó otra trucha grande, no tanto como la que se les fue, pero grande y mi hijo le ganó la pelea. Sintió la dicha que se siente sacar el pez. El abrazo del triunfo vino con lagrimón incluido, no era para menos, nunca habían sacado una trucha de ese tamaño y la verdad no había una trucha más bella que esa en nuestro universo.
- ¿Quién derramó lagrima? , pregunté
- Pues obviamente yo, me dice Camilo. Y entonces en medio de la narración de la historia de la lágrima, se me agua el ojo a mí.
Después me cuentan con regocijo que se les enredaron tres cucharas, que Camilo intentó desenredarlas mientras tomaba tinto, manejaba y comía sanduche. Al parecer en la pesca le salen más brazos y piernas que lo que usualmente tiene. Me cuentan que se pelearon, que se abrazaron, que lagrimearon en ese bote de lata de pispesca que fue testigo de las luchas con las truchas.
Estas historias de la pesca, son más que hablar de pescados y anzuelos. Es sin lugar a dudas el punto de encuentro que tienen ellos dos, donde no va a importar si Emiliano decide no estar de acuerdo en nada de lo que nosotros proponemos o creemos. En la pesca se encontrará con su papá siempre, recordará lo mucho que lo ama, no se tratará de estar de acuerdo nunca más; ahí se vive para un propósito en común: pescar.
De ahí recordará, si presta atención, que la vida y la pesca se parecen siempre, que la disciplina para obtener una buena técnica, la determinación para madrugar y aguantar frío o sol, la suerte para que piquen los peces y la inteligencia para dar la pelea, son la vida misma, que no hay pelea ganada que no nos signifique todo lo anterior y que eso pasa en nuestros amados ríos, lagunas, mares y vida.
La sonrisa aún esta dibujada en sus caras, hablan de cuándo van a volver, de todo lo que quieren pescar, de las burlas con buen sentido del humor del primo Nico, de lo que Dani les enseñó que no sabían y de lo grandes que eran esas truchas, las que sacaron, las que devolvieron y la que perdieron.
Y yo ahora pienso que quiero tener esto siempre entre mis hijos y yo aunque mi rol juegue de testigo, que si mis hijas no salen pescadoras entonces tendré que pensar en esos puntos de encuentro que ya tienen Camilo y Emiliano, donde no importa qué pase, ni cuantos años nos atraviesen, ahí nos encontraremos.
También estoy pensando en qué menú voy a preparar con esas truchas que ahora están en mi congelador.
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