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Si hay maltrato la responsabilidad es de los adultos

Foto del escritor: Juliana MolinaJuliana Molina



Según un estudio de la Fundación Empresarios Por la Educación, el 49% de los padres señalan que la amenaza de violencia es la razón principal por la que los niños abandonan la escuela. En mi trabajo recibo niños y adolescentes maltratados física, emocional y psicológicamente, segregados y excluidos por sus pares y, en las más asombrosas situaciones, por los adultos.

Cuando estuve en segundo de primaria, éramos un grupo de cinco amigas, y a tres de ellas les prohibieron sus papás compartir con otra de nosotras. Los papás excluían, a través de sus hijas, a una niña de 8 años. Esa fue la primera vez que me confronté con una exclusión a un niño ejercida por adultos.

Hace poco escuché de una familia que un grupo de 6 adolescentes viajó a la playa al apartamento de una de ellas en compañía de sus padres. Era la primera vez que hacían algo así; todo era una novedad y un desconocimiento. Saber cuál iba a ser el presupuesto que requerían, cómo lo iban a gastar, qué planes iban a hacer; fue una exploración de ensayo y error que, acompañado por adultos, seguramente resultaría bien. Sin embargo, uno de los adultos a cargo se expresó molesto implícitamente; nunca mencionó lo que le molestó, pero su manera de expresarse con algunos de los invitados de su hija mostraba incomodidad. Estimulado por sus emociones, decidió que en su casa habría diferencias; dividió el viaje entre aquellos que le agradaban o con quienes tenía cercanía y los separó de aquellos que no eran de su agrado, promoviendo abiertamente exclusión y segregación en un grupo de adolescentes, en una casa que no era la de ellos, lo que los ubicaba emocionalmente en lugares vulnerables. Hizo cosas como devolver la plata que previamente se le había consignado para el mercado, con el propósito de que ellos mismos fueran responsables de su alimentación y sus menús, generando confusión y exclusión explícita. Dividió el paseo en dos: hubo un grupo que no se sintió bienvenido ni acogido; que se sintió segregado y excluido por un adulto, uno con la capacidad de acoger y cuidar que decidió no hacerlo. Entonces yo me pregunto: ¿Qué estamos haciendo nosotros, los adultos, para que los niños y adolescentes tengan un modelo a seguir empático, conciliador y con los recursos emocionales suficientes para promover ambientes de paz y seguridad para quienes son más vulnerables?

Resultó ser una experiencia retadora, incómoda y, como todo en la vida, llena de aprendizajes también. En este caso, el “lugar seguro” fue “campo” de exclusión y segregación. Estamos postergando una sociedad de injusticias y de maltrato donde los únicos responsables somos los adultos. Subestimamos el poder del ejemplo y el cuidado que nos corresponde a los adultos, y sobre todo, el de las oportunidades de aprender de momentos incómodos.

Cada historia es distinta; cada niño/adolescente excluido y maltratado tiene una forma de sentir y reaccionar diferente. Lo que nos queda por hacer a los adultos es acompañarlos, guiarlos, estar atentos y presentes. Entrenarlos (y entrenarnos) en las habilidades que se requieren para salir de lugares hostiles, para que lo hagan dignamente y estén a salvo emocionalmente.

Cuando un adulto segrega y excluye niños y adolescentes por alguna razón personal, carece de la adultez que tiene, de los recursos emocionales que estamos en la responsabilidad de tener y practicar. Carece de una educación que trasciende el conocimiento y alcanza el buen trato con los otros.

La educación no se improvisa; la educación no es aquella que nos llena la cabeza de conocimientos, estrategias y fórmulas perfectas para ser exitosos profesionalmente. La educación tiene que ver con el tipo de persona que somos con nuestro entorno, con las habilidades que tenemos para relacionarnos con otros en la diferencia; tiene que ver con la manera en la que interpretamos los roles que tenemos, cómo nos ubicamos en la vida, cómo entendemos que a los adultos nos corresponde una cosa y a los niños les corresponde otra, que no es distinta que el cuidado y el acompañamiento de todos los adultos, sin importar si son hijos nuestros o no.

 
 
 

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