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Medellín

Foto del escritor: Juliana MolinaJuliana Molina



Fuimos a Medellín, un viaje que reafirma la humanidad agradecida, curiosa y dispuesta de mi familia.

La Comuna 13 fue la primera parada. Caminamos las lomas con el sol encima hasta llegar a un helado de fruta refrescante. Estaba todo congestionado: la música, el rebusque, los comercios, el baile, las escaleras y algunas de las paredes grafiteadas. No entendimos mucho; sabíamos que era un lugar recuperado de la violencia más atroz, pero no sabíamos de qué violencia se hablaba. Terminamos la experiencia con el placer de comer rico y la visita inesperada a una galería de arte.

Después visitamos los museos. Empezamos con el de Antioquia, una exposición larga y ancha de Botero que me recordó el primer piropo de Camilo cuando estábamos saliendo en la romántica ciudad de Cartagena: “Te pareces a esa escultura de Botero.” En ese momento me avergoncé; hoy, con risa, entiendo la belleza que él ve. Ese museo era un "must" que no todos disfrutaron, pero aceptaron por ser parte de un itinerario planeado y programado. De ahí salimos al Museo de la Memoria, y nos cruzamos por una esquina donde los muertos estaban vivos, la droga era el aperitivo deseado por todos, los cuerpos desnudos y sucios eran la normalidad. El impacto, el miedo y el morbo se nos presentaron sin protocolos. Ahí, delante nuestro, estaba esa realidad esquiva que no nos toca porque nuestras calles carecen de “esa hambre”. Esta escena nos puso de frente la certeza y la verdad del privilegio del que nos beneficiamos.

Salimos al Museo de la Memoria donde la comprensión se expandió. Vimos las fotos de la violencia dolorosa y furiosa que se vivió en esa Comuna 13 que vimos el día anterior alegre y viva. Las fotos, los videos, la historia y la curiosidad de mis hijos fueron un regalo del viaje. Duramos horas explorando la sala, recordando lo que Camilo ha hecho en esa historia de reparación del país y el conflicto que aún existe, aunque en nuestro barrio no se vea. Salimos conmovidos, impresionados y con preguntas sobre la realidad de un país que ha estado en guerra tantos años y aún no termina de despertarse. De ahí solo salimos con una verdad: el privilegio que tenemos y su uso responsable.

Terminamos el paseo visitando el Museo de Arte Moderno de Medellín que nos habló sobre el Pacífico. Caminamos por la calle del río y terminamos en un concierto soñado con las canciones que musicalizaron la visita a esta ciudad que siempre tiene más para caminar y conocer. Como siempre, tuvimos dosis de incomodidad, pero cada vez más las atravesamos sin quejas y con la disposición propia de quien quiere vivir algo nuevo, aunque esto implique incomodarse.

Viajar a culturas diferentes es un hueco de luz que le abrimos a la mente cómoda e incuestionable que vamos creando con el pasar de los días caminando por las mismas cuadras y viviendo la misma realidad un día tras otro. Viajar requiere flexibilidad, disposición y curiosidad.

Llegamos diferentes a como nos fuimos, entramos a cada museo diferentes a como salimos, e incluso salimos distintos a como entramos al concierto. No somos los mismos que antes del viaje, que aunque corto, fue un estímulo de preguntas, nueva información y percepción de vida.

Viajar, sin importar el lugar, siempre nos cambia.

 
 
 

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