Voy a confesar que estar en casa ha sido mi premio y no mi castigo, esto lo pedí, quería parar, habitar mi casa, la de ladrillo y la de mi alma. Mi invierno estaba afuera, corriendo cada mañana, antojándome de lo que no necesitaba, tratando de cumplir con todo lo que me propuse y me proponían, asegurándome de controlar una vida que siempre me recuerda que no se controla, que es libre y que en la confianza siempre está la respuesta.
Por su puesto tengo momentos de angustia, la idea de una economía jodida, me apabulla, aunque ya sepa lo que es vivir con menos. Pero eso no está en el aquí y ahora, tengo suerte, entonces dejo emerger mi fuerza creativa y pongo mi atención ahí, en lo que puedo atender y me hace sentir viva, en las creaciones, los nacimientos.
En la alegría está la felicidad. Parece ser una elección y no un estado al que llegar, no vamos a estar felices cuando salgamos del encierro. El dolor, la angustia, la tristeza, la frustración son sentimientos innegables, que no hay más opción que aceptarlos sin culpa o pecado, existen, hacen parte de la trama de la vida y nos invitan a la aclamada compasión, tan necesaria para vivir en comunidad, esa misma que nos hace florecer. Quizás el que más sufre llega a ser el más alegre, porque se necesita práctica para cambiar la perspectiva de la vida que atraviesa el dolor, evadiendo a toda costa el sufrimiento.
Quizás y no va a estar todo bien, quizás el propósito no es el “bien” que conocemos. Lo que sí es seguro es que algo de nosotros morirá y como todas las muertes tendrá su regalo inesperado y con él un nacimiento lleno de endorfinas y oxitocina. Vamos a necesitarnos entre nosotros; emergerá la compasión, la flexibilidad, la generosidad y el amor; todas características de quienes viven en alegría. Así que podemos atravesar el dolor, la angustia y la tristeza conservando el verano interno, porque no hay alegría duradera fuera de nosotros, porque incluso en el infierno que ya vivimos en este mundo podemos arriesgarnos a reconocer qué y quién no son infierno, hacerlo durar y darle espacio, como dice Ítalo Calvino.
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