Está el amor que elijo como una forma de vida y entonces todo lo amo y todo puede ser una expresión en sí misma amorosa, el tiempo y espacio se funden en esa idea y esa experiencia.
Está el amor que compartí con otros, el que con el tiempo y la distancia crea un vacío en el medio de nosotros. Un amor que se vuelve una sombra de otro amor, que confía en lo que fuimos así ya no seamos los mismos; nos sostiene, nos une y nos permite romantizar lo que sentimos, idealizarlo. Algunas veces, cuando el vacío se diluye y hay un reencuentro, entonces recordamos este amor como si nunca hubiéramos tenido distancia entre nosotros. Aunque parece ser un amor permanente, cuando hay un reencuentro podemos dar Fe de cómo se siente cuando entramos en contacto y lo distinto que está la idea de amarnos de la experiencia vívida del amor.
Está el amor cotidiano, íntimo, que requiere de tiempo, cuidado, atención; que nos mantiene vivos, nos atraviesa como atravesamos la vida misma. Es un amor humano, expansivo, luminoso y se confunde algunas veces con otras sombras que no le competen, lo tiene todo, nos cobija completos.
Y cómo hablar de amor y no de Dios como si fueran una misma manifestación y experiencia. En la vivencia de Dios lo que encuentro es amor, me vuelvo su instrumento y lo encuentro en otros, no solo como algo superior al que alcanzarlo solo es posible con reverencias. Lo siento en las expresiones artísticas de otros y mías, en la protuberancia de los paisajes, en mis silencios, los bebes, el amor compartido con mis hijos, mis acciones generosas y de los demás. La más grande reverencia es amar así como me siento amada por el/ella.
Este amor es una elección, la posibilidad de ver a Dios en acción cada instante; favorece prestar atención, estar presente y ser testigo de esta fuente inagotable de amor que somos donde para alcanzarla no hay otro camino que la indagación interior, saliéndonos de todo tipo de ideas, llegando a la experiencia incuestionable de su existencia; donde los juicios, lo correcto e incorrecto deja de ser determinante para sentirse amado por Dios. Ese estado donde solo hay espacio para una verdad y no para muchas: La experiencia de sentirnos amados y amar.
Quizás podríamos sostenernos ahí (en la experiencia), sin tener que explicar tanto cómo la logramos tener.
Quizás la revolución es el amor, el tiempo dedicado a mirarnos, atravesar nuestros infiernos con la certeza de ser siempre amados y entonces ponernos ante el mundo amorosamente cada vez y cada vez.
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