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Foto del escritorJuliana Molina

Colombia



El país incendiado, entre los “buenos” y “los vándalos”, entre los “malos” y “ #LosBuenosSomosMas”; con hambre y furia, esa que se necesita para salir a exigir lo que nos pertenece, esa que enceguece por falta de justicia, ese fuego que arrasa ya con todo y es violento y maltratador.


Una reforma tributaria resulta ser el detonante, la motivación final para que ni el Covid resguarde el grito de desesperación de un pueblo que adolece. Se señalan de locos por aglomerarse, sin embargo basta con montarse a transmilenio para darse cuenta que es más fácil contagiarse yendo al trabajo que manifestándose por no tener uno.


La muerte ya llegó, esta es una manifestación que ya no le tiene miedo a ella, la tiene al lado cada día, la ve en el espejo, la susurra en sus oraciones, le rinde cuentas cada tanto y la convida en la mesa que poco tiene que ofrecer. Resulta ser que morir vale la pena Vrs seguir viviendo con hambre y miedo. ¿a qué vinimos sino fue a gozar y a tener dicha, a ayudarnos entre nosotros, a mirarnos en los ojos de los vecinos y de los hermanos de los vecinos?


Entonces, asesinan a los que salen a gritar por su vida, a los que tienen a sus hijos con hambre, a los que no tienen trabajo y les piden que se queden en casa hacinados viviendo todo tipo de maltrato y violencia intrafamiliar a causa del encierro y la ignorancia. Los matan por sus luchas y creencias, por su forma de manifestarse, por salir a la calle, por no callar, porque otros aprovecharon el desorden para dañar y confundir el mensaje real de las protestas, desvirtuando cualquier acto de coraje por salir a la calle a pedir lo que le pertenece.


“Los vándalos” aprovechan el desorden y con gusto muestran algo de su propio infierno afuera con la ilusión de obtener a cambio de un pedazo de cielo y que al fin su vida valga la pena, tenga un sentido o propósito. Habrán unos “vándalos” que con actos violentos se sienten más escuchados.

Nada de esto está lejos de la realidad de un hogar, cuando estamos en casa a veces levantar la voz atrapa la atención de quien la ignora y entonces desde muy pequeños entendemos que es así cómo se logran los objetivos. Que la violencia es aceptada, la autoridad se gana infundiendo miedo, culpa o vergüenza y que eso está bien, porque es legítimo, “porque al papá/mamá se respeta”.

La verdad es que no es así, quienes gritamos y violentamos nos equivocamos y hay tantas maneras ya incorporadas en nuestro día a día que identificarlas es titánico; resulta ser que reconocer nuestra violencia es más aterrador que mirarla en el otro y pedir respeto respetando es un camino largo y dispendioso, que requiere de mucho amor y consciencia. No todos se atreven a atravesarlo.

Entonces, con esto invito a quien coincida y se abra con curiosidad a estas palabras, a ir poco a poco reparando la violencia que lo representa, quizás así allá afuera la marea baja y los que tienen que escuchar escuchan y evitamos que “el temido” siga feliz con la idea de ser la única salvación de este mar de injusticias.


Foto de @patatacaricaturas en instagram en honor a Lucas Villa quién murió el 5 de mayo asesinado, siendo un protestante pacífico, la voz de los jóvenes del país, de la mayoría de ellos.

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