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Foto del escritorJuliana Molina

Buena y mala mamá




La realidad es que ella fue y es una buena y una mala mamá. No hay una buena mamá que no haya sido también una mala mamá y viceversa. La maternidad es un camino espiritual sin escapatoria, negarse a su fracaso permanente es negar la vida misma, no es cómo esperamos o cómo queremos, equivocarse hace parte de la experiencia y la verdad es que jamás es lo que imaginamos que es.


Si, los padres somos los responsables de esa primera herida de nuestros hijos la mayoría de veces, en la infancia hay siempre un gran dolor, es inevitable que los adultos que acompañamos la niñez no reconozcamos la responsabilidad que nos compete ahí; un tiempo, porque una vez los hijos crecen entonces la responsabilidad de ese dolor es de ellos.


En ese acto de valentía donde siendo adultos decidimos hacernos responsables de los dolores de la infancia, entendiendo la humanidad de nuestros padres y sus intenciones más genuinas, podemos entonces convertir, si queremos, ese dolor en un gran regalo, en las habilidades desarrolladas para una vida que necesitaría de eso más que nada. Entonces ahí quizás podemos perdonar y ser por fin libres, libres de verdad.


En ese orden, a ella le toca hacerse cargo de sus dolores de la infancia y a mí de los míos. Sin culpas, reclamos o partes de justicia. Sin la pretensión de reconocimientos o encuentros sin desencuentros, con el amor infinito que compartimos y con la dicha de estar aún vivas para tener la experiencia de amarnos por encima de todo. Así y solo así, mis hijos también serán libres.


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