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Foto del escritorJuliana Molina

Bitácora de unas vacaciones soñadas e inesperadas



El poder de la manifestación nos regaló unas vacaciones inolvidables. Pudimos ver el poder de la palabra hecho realidad. Tuvimos la oportunidad de recordar que la vida es movimiento, que las certezas pasan por las tripas y no por la cabeza, que vivir es bello aunque sea difícil. Que no hay techo cuando se trata de los sueños que queremos cumplir, que las limitaciones están en la cabeza y entonces solo nos pertenecen a nosotros mismos y que actuar es indispensable.


Los límites nos han enseñado mucho sobre nuestras habilidades de resiliencia, la capacidad de proponer soluciones y el constante recordatorio de libertad a través de las elecciones; desde la dificultad que elegimos hasta la manera en la que la atravesamos, todo sin excepción pasa por nuestro libre albedrío recordándonos que tenemos el poder y que entregarlo es perder toda posibilidad de libertad. 


En el mar sanamos, le echamos sal a las heridas, olvidamos los dolores, pedimos deseos y confiamos en su poder majestuoso e inmenso. En el río entregamos todo aquello que hemos heredado y no nos pertenece; miedos, limitaciones, obsesiones que genéticamente nos llegaron así como los ojos verdes o cafés que tenemos. Los devolvimos, declaramos “esto no es mío, no me pertenece, te lo devuelvo”. También le pedimos al río aquello que no nos llegó o que queremos que nos siga llegando como la salud, los viajes, la abundancia, el trabajo, la disciplina y todo lo que en su cauce es posible pedir para que llegue y entregar para despedir.  Fue liberador y poderoso. 


Reflexionamos, instalamos rituales, recordamos el poder de la tierra,  del agua y elegimos reverenciar la sabiduría que ahí se encuentra, confiando en la mística de los ritos recién creados.  


Nos conectamos y creamos ceremonias dignas del amor, la reflexión continua, la verdad, la entrega, la presencia radical y el aprendizaje de nosotros mismos como un camino espiritual indudable.


Se acercaron varios a piropearme por la familia que somos, con orgullo sonreí. Con la consciencia de no ser perfectos porque  los momentos de caos siempre están entre nosotros. Mis defectos por momentos se exacerban y mis equivocaciones aparecen sin falta varias veces en un mismo día. Sin embargo, esa es mi riqueza, una que no está exenta de dificultades o defectos, que es trabajada continuamente  para ser una mejor versión, que se alimenta de reflexiones y gratitud cada día. Para verla se tienen que acercar y solo así se darán cuenta que lo tengo todo en abundancia aunque a veces pagar las cuentas sea un reto.


La pesca como siempre nos recordó lo que en la vida cotidiana es indispensable para vivir en plenitud. Los últimos años se me ha convertido en un augurio: así como nos vaya en la pesca iremos atravesando el año que viene. Pescar es indispensable para llegar en enero con la idea de que las metas que me proponga serán alcanzadas. Esa pesca tiene de todo: peleas perdidas y ganadas, suerte, técnica, trabajo en equipo, gozo, miedo, frustración, victorias, confianza, incertidumbre. 


En este paseo las payaras que siempre se asoman no se asomaron y entonces debimos explorar otra técnica de pesca: el fondeo. Novatos, con un equipo de pesca desactualizado y con casi nada de conocimiento nos atrevimos a intentarlo saliendo al río a pescar, sin suerte volvíamos al refugio sin nada que mostrar  aunque la experiencia del río siempre era generosa y gozosa en sí misma. El último día de pesca salimos con uno de los mejores pescadores de Sur América, con ganas de vernos pescar, enseñarnos y sacar con nosotros un bicho grande. Así fue, sacamos un Cajaro, un pez de río divino que nos llevó a atravesar todas esas emociones que ya les mencioné. Le picó a mi hijo en su cumpleaños, él me dice que toda su atención estuvo en ese momento en la pesca, nada más ocupaba sus pensamientos, estaba presente 100%. Sintió miedo de que se le fuera, un miedo con optimismo porque de su cabeza siempre surgía el pensamiento de “lo vamos a sacar”, incertidumbre porque no sabía si era un amarillo o un Cajaro, si lo sacaría o no; la confianza en que no estaba solo, el bote entero estaba ahí para él y finalmente lo importante del trabajo en equipo, sino fuera porque lo ayudaron, guiaron y acompañaron el Cajaro no habría sido pescado.  No estamos solos, siempre aparecen manos de ayuda y barras de entusiasmo.  Fue una pesca maravillosa, yo saqué una sierra que me dió una linda pelea y todos en el bote pescamos. 


Terminamos el paseo en total abundancia, con metas cumplidas y lo más importante: no salimos “blanqueados”. Auguro un año sabroso mayoritariamente. 


Eso les deseo, un año abundante, en presencia radical, atravesando el miedo con optimismo, con confianza,  con peleas ganadas y aprendizajes profundos. 



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