Al final del viaje recapitulamos los mejores momentos de cada uno, yo celebré salir invicta de amebas, otitis o enfermedades de mis hijos. Mi hijo Emiliano dijo que uno de sus mejores momentos había sido una pelea con un bagre que había perdido. Me invitó a reflexionar sobre su apreciación, sobre eso que digo tantas veces y quizás no me creo. Me reafirmó que lo que disfrutamos es el camino y quienes nos acompañan, la “pelea” en este caso con los peces. Lo que pasa después es efímero, un goce o una frustración que pasan rápido porque la “pelea” vuelve a empezar, jamás es igual y es un buen síntoma de estar vivos. Quizás esta reflexión parece obvia pero la pesca me regala esos pequeños “ajá” que me hacen recordar como se parece tanto a la vida, a mí vida.
En cada salida a pescar; con la incomodidad de estar cinco en un bote sin sillas cómodas; el calor, las picadas del jején, la sed, la impaciencia de las niñas y la paciencia necesaria de los “grandes” para que un pez caiga en la estrategia que diseñamos para ganarle; justo en ese espacio entre mi presencia paciente a la espera de un jalón y el pique real del pez; elegí ver el cielo azul, la barriga rosada de las toninas, el lomo de un manatí, los bigotes de una nutria, un águila pescadora cazando una rapala que después de pescar de manera emblemática y dejarnos ser testigos de su caza, la soltó con esa frustración de quien pierde una “pelea” y con la fiel intención de seguir intentándolo mientras viva, sin espacio a la duda. También vi a las gaviotas pescar, a las tortugas asolearse y disfruté el cielo estrellado en una noche de camping (con muchas mejoras por hacer, como no ofrecerle a los boteros cereal de desayuno y llevar huevo duro jaja).
Vi a Camilo sonreír cuando se robó un rayado y le ganó la “pelea” a varias payaras, mis hijos sacaron otras. Yo gané con dificultad unas “peleas” con ellas, tuve piques que jalaron duro pero que se me soltaron antes de verlas, otras se me fueron ya estando ahí cuando pensaba que había ganado sin ganar y saqué un rayado que no “peleó”, lo pesqué sin dificultad y con sorpresa.
Todo esto acompañado de esta práctica recurrente de compartirlo todo en la pesca: la comida, el bote, las estrategias, las recetas, la técnica para pescar mejor; una disposición amplia, donde nos damos permiso de ser abundantes juntos. Maravillosa experiencia y ejemplo para mis hijos.
No somos los más pescadores, y claro que quisiéramos explorar la dicha de ganar las peleas con los peces grandes que jalan duro y nunca paran su lucha; sacarlos, ganarles y alardearlos. ¿Pero quién después de ver todo lo que vi puede siquiera pensar que nos fue mal en la pesca?, nos fue divino, porque pescar es todo lo que acompaña sacar pescados, es la experiencia en el río, sus paisajes, la comida compartida y la compañía.
Este viaje, que nos puso en la mesa la incomodidad de frente y la belleza de la Naturaleza justo al lado; lo compartí con mis hermanos, sobrinos y mamá además de mis hijos, Camilo, su primo y su hija. Mis sobrinos pescaron, anduvieron por los ríos de un país que tienen lejos casi siempre, lo olieron, lo admiraron como la obra de arte que es. Una dicha.
Gracias Cami por abrirte a compartir esto con mi gente y compartirnos todo para esta experiencia maravillosa.
Esta historia da fé, nuevamente, que cuando atravieso la incomodidad obtengo muchos regalos, que los momentos difíciles tienen un prisma que nace justo en la herida, dificultad o incomodidad; y que depende de mí elegir en dónde pongo la mirada. No hay entonces año malo, estoy segura que incluso en la dificultad hay motivos para agradecer. Por un año como la pesca: con mucho verde, magia, peleas ganadas, piques inesperados, pesca sorpresa, comida gourmet y buena compañía, mucha buena compañía.
Comments