Cuando tenía al rededor de diez años estaba con muchas ganas de pertenecer al coro del Colegio, ya habían hecho algunas excepciones años anteriores a pesar de mi desentonación imposible de ignorar, entonces este año me sugirieron ir a la vocacional de Teatro musical para darme contentillo.
Antes de esto ya habíamos hecho un montaje de Annie, donde la actriz principal fue Jimena Durán, hoy profesional de teatro en Colombia. De ella quise tener muchas veces todo, con ella experimenté por primera vez la envidia, quería cantar como ella, pintar como ella; la admiraba en todas sus artes. En ese montaje yo era una de las huérfanas amigas de Annie, no hablé en toda la obra y me deleite entre las tablas.
Llegué a la vocacional de teatro y el profesor era el hoy conocido actor Guillermo Olarte, ahí estaba Silvia una niña muy talentosa que después fue mi compañera de grandes aprendizajes en la niñez y pre-adolescencia. No había nadie más. Por supuesto fui muy bienvenida debido a la escasez de participantes y desde ahí siempre me ha gustado estar en esos espacios donde todo esta por hacer, porque se brilla con más facilidad.
Empezamos a crear historias, después Guillermo hacía los guiones y nos los aprendíamos. Si una quería ser la buena la otra sería la mala y el año que seguía nos sentíamos tan admiradas por el trabajo de la otra que decidíamos cambiar los roles; hasta que los novios empezaron a ser más importantes que las obras y dejamos el teatro.
La verdad es que yo no fui nunca tan buena, mi voz siempre era reclamada en las tablas por no ser lo suficientemente alta, mi amiga era más talentosa que yo (según yo), y después cuando la vergüenza de la pubertad nos atrapó llegaron un par de niñas del curso de abajo que realmente eran muy buenas haciendo teatro.
Me acuerdo que la profesora de matemáticas me decía con frecuencia que no entendía cómo me aprendía los largos parlamentos pero no había logrado aprender las tablas de multiplicar. Todavía no me sé la del seis. Quizás no me interesaron nunca los números tanto como el teatro, o de pronto no las entendí y por eso aprendérmelas era imposible. Esa nunca fue mi área, me acuerdo que en décimo con mucha extrañeza mi amiga Cata del nuevo colegio al que me había cambiado ese año, me enseñó la regla de tres, a partir de ese día he sobrevivido a las matemáticas.
Cada vez que me subía al escenario antes de la presentación, sentía miedo mezclado con alegría y algarabía, que recorría todo mi cuerpo, una adrenalina que no recuerdo haber sentido nunca más desde ese entonces, no tan presente como esos días. Una fuerza agitada y determinada que estaba en el presente, solo ahí, recordando cada línea de mi parlamento, moviendo a ese personaje que no era yo y que estaba representado en mi cara y cuerpo, lo que me ponía en un lugar vulnerable sin lugar a dudas.
Eso duró cuatro años. Fueron años de ensayos largos cada fin de semestre, muchas ideas y creatividad para formar cada historia; risa, dicha y una vergüenza que siempre estaba cuando me paraba en los ensayos a decir mi partes y en la presentación final por supuesto.
En realidad yo no era tan buena haciendo teatro, no tuve jamás un gran talento. Lo que hizo la diferencia con otros niños fue que me atreví, sin importar nada más que mis ganas de ocupar ese lugar, sin importar si era "buena" o "mala", me atreví, con el miedo y la vergüenza por delante, los agarré de la mano y me paré frente a un gran público (yo lo veía inmenso) cada año que elegí sostenerlo. Me paré temblorosa, asustada y valiente.
Ese fue el gran regalo del teatro en mi vida, una invitación constante a atreverme a hacer lo que los demás no hacían, a saber que todas esas ideas catastróficas de lo que sería cada plan, en realidad no pasarían y que el miedo y la vergüenza serían mis testigos en cada intento, y cada vez que me atrevería en la vida. ¿Cómo ignorar esos sentimientos?, no tenía de otra que no fuera legitimizarlos.
Hoy sigo en esos ensayos, sin ser realmente extraordinaria en nada, sin tener grandes talentos. Podría decir quizás que mi talento es atreverme, sostenerme en la vergüenza y con el miedo. Estudié administración de empresas a pesar de ser pésima con los números y resolverlo casi todo con regla de tres, me fui a vivir sin casarme, me casé en una ceremonia no tradicional, bauticé a mis hijos en ceremonias no tradicionales, tuve tres hijos, renuncié a la gerencia de mercadeo de un gran banco por dedicarme a ser mamá, empecé a escribir y a defender lo que no debía ser defendido, lloré y lloro por mi papá muerto, escribo como un acto de valentía entre otras cosas, no soy Uribista, crío a mis hijos con ideologías feministas y cada vez que puedo emprendo algo, le hecho ganas y me atrevo incluso en imperfección.
Atreverme ha valido la pena, sin lugar a dudas. Y sigo soñando con hacer teatro alguna vez más.
Comments